¿Cuál es la fórmula para que el móvil esté a mi servicio y no yo al servicio del móvil?¿Cuándo y cómo introducimos a nuestros hijos en el uso de smartphones y tablets? Todos los usuarios nos repetimos cada vez más este tipo de preguntas y también son más insistentes los mensajes que nos llegan sobre la supuesta “adicción a los móviles”, pero lo cierto es que son un instrumento (muy potente, eso sí) de cuyo uso (bueno o malo) somos responsables las personas.Al igual que ocurre con un afilado bisturí, con una jeringuilla o con un automóvil, el móvil nos es de gran ayuda y, al mismo tiempo, puede resultar peligroso si no lo sabemos utilizar. Lo que tenemos asumido es que no es una moda de temporada y que no podemos mirar hacia otro lado. Así que, si queremos aprovecharnos del móvil y no dejarnos atrapar por él, debemos de ser conscientes de que tenemos que hacer un esfuerzo por ser competentes digitalmente o, al menos, aprender a convivir, sobre todo, si pensamos en niños y adolescentes. Es decir, un smartphone no hace inteligente a su usuario, pero sí a la inversa.
No se trata de moralizar, sino sencillamente de aplicar la racionalidad. Igual que no se deben atribuir a los smartphones los problemas de autoestima o soledad de sus usuarios, tampoco tiene ninguna lógica que solo por saber manejar su interfaz pensemos que ya lo controlamos, cuando son dispositivos que están transformando nuestra forma de comunicarnos, de querernos, de jugar y de trabajar. Ahora mismo. Delante de nuestras narices. Lo están cambiando casi todo y a veces pretendemos gestionarlo, y que lo gestionen los menores, de forma espontánea e irreflexiva, a base de pura intuición. ¿Haríamos lo mismo con la conducción de un coche o con el código de circulación? ¿Y verdad que no es culpa de los coches que haya un kamikaze circulando en sentido contrario en la autopista?
Pues se trata precisamente de eso, de aprender a conducirnos mejor en internet y, específicamente, con los móviles, porque nos acompañan desde que nos levantamos y hasta que nos acostamos. En Cuatroochenta, donde nos dedicamos a desarrollar apps y nos gusta presumir de que son útiles y de gran ayuda, nos preocupa. Es una cuestión que han sabido analizar de forma muy atinada Susana Lluna y Javier Pedreira ‘Wicho’, coordinadores de Los nativos digitales no existen (Deusto Ediciones), un libro que pone de relieve que los denominados millennials pueden terminar siendo, en realidad, huérfanos digitales, ya que sus padres y madres están dando por sentado que aprenden a manejarse solos, de forma espontánea, como si lo llevaran incorporado de forma innata en su ADN. Sin más.
Realmente, eso que Lluna, Wicho y sus colaboradores diagnostican con los nacidos a partir de la generalización de internet, se puede aplicar al conjunto de los usuarios de smartphones. Porque no solemos pensar lo que hacemos con nuestros móviles. Sencillamente lo hacemos. Hasta que un día levantamos la cabeza en la playa y vemos que estamos casi todos mirando el móvil frente al mar. Para repensar mínimamente nuestra relación o vínculo con el móvil, a continuación hemos recopilado algunas claves que nos pueden ayudar a hacer un uso más inteligente:
La empatía. Somos personas, no solo usuarios de móvil, y aunque parece una obviedad conviene siempre tener en cuenta esa perspectiva, para no perder la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Saber escuchar, también en redes sociales y en apps de mensajería instantánea, es muy importante. Más allá del nivel de actividad y del rol que adoptemos, conocemos decenas de ejemplos que confirman que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras.
Ser práctico y productivo. Entre las cosas que ya no sabríamos hacer sin las apps del móvil es recomendable inclinarse por las que nos hacen ganar tiempo y simplificar las cosas: gestores de agenda y planificación de tareas, aplicaciones para agilizar transacciones bancarias, para usar el transporte público o los parquímetros, para escanear códigos QR o documentos… y la gran estrella: ir de compras sin movernos.
Acercarnos cuando estamos lejos y no distanciarnos cuando estamos cerca. Internet impulsa con fuerza la vida social. Según el informe La Sociedad de la información en España 2016 (SiE), el 55% de los internautas afirman que gracias a internet se ha vuelto a relacionar con familiares y amigos de toda la vida, mientras que el 35% ha encontrado compañeros profesionales. Todos tenemos experiencias maravillosas de reencuentros y, por ejemplo, Skype es perfecto para eliminar distancias. Por contra, si estás en una reunión de trabajo, el móvil ha de pasar a un segundo plano para no interferir porque, si le das preferencia a un chat o a una llamada, la otra persona interpretará que es más ágil comunicarse contigo por esas vías que personalmente.
Apoyo para llevar una vida más saludable. Hay apps que nos ayudan a dormir las horas que tocan o dejar el tabaco y también están las ya clásicas para registrar la actividad deportiva, como Endomondo o RunKeeper. Pero, sobre todo, internet y las redes sociales se han convertido en una herramienta eficaz para que los consumidores nos concienciemos y presionemos sobre problemas medioambientales o la calidad de la alimentación, hasta el punto de hacer reaccionar a las marcas. El empoderamiento, obviamente, afecta a todos los ámbitos sociales.
Divertirse e improvisar. Además de ver vídeos y GIFs desternillantes, escuchar música, podcasts o la radio en el móvil es un hábito que casi todos tenemos interiorizado, muchas veces combinado con otras funcionalidades. También consultar mapas, viajes, trenes, aviones, coches de alquiler, alojamiento, bares, restaurantes… De hecho, según el citado informe del SiE, el 79,5% de los usuarios de entre 14 y 19 años toma decisiones no planificadas sobre la marcha relacionadas con el ocio gracias a información que recibe en el móvil.
Informarse en fuentes fiables. ¿Por qué te conformas con los primeros resultados de una búsqueda en Google?, ¿por qué no te preguntas quién lo ha escrito, por qué y en qué fuentes se ha basado?, ¿por qué no filtras, por ejemplo, por fecha? Además de evitar medios que basan su modelo de negocio en las noticias falsasy frecuentar los que ofrezcan más garantías y rigor, es clave saber moverse por internet con una visión abierta y crítica, no solo para confirmar prejuicios. La curiosidad, sin quedarse siempre en la superficie, es una buena pauta de navegación.
Aprender a manejarnos y ayudar a los menores. Si tu hija de 10 años sube vídeos haciendo playbacksimposibles en Musical.ly siempre será mejor que conozcas esa red social, cómo funciona y a qué puede acceder para ayudarle y prevenirle, que no estigmatizarla o desentenderse. Esa es la gran lección del citado Los nativos digitales no existen: no podemos seguir creyendo que el aprendizaje de la tecnología es algo innato para las nuevas generaciones. Entre la “tablet-recurso para que no molesten” y el aislamiento tecnológico hay un camino intermedio, probablemente el más difícil y el que nos genere más trabajo a los mayores, que es remangarse, dedicarle tiempo y acompañarlos. Por eso preguntas como “¿a qué edad debo comprarle un móvil a mi hijo?” no son fáciles de responder. Según el INE, el 50% de los niños españoles con 11 años y el 95% de los de 15 ya tienen smartphone, pero la respuesta es indefectiblemente “depende”. Depende de cada niño y niña y de su entorno. Porque también en el colegio, a edades tempranas, puede haber un uso justificado y razonable de los dispositivos móviles. E incluso existen anti-apps como recurso para apartar la vista de la pantalla. En cualquier caso, es una buena idea consultar propuestas que se han planteado para acordar pautas de comportamiento entre padres e hijos, como este “Contrato por un buen uso del móvil, tableta y ordenador” que publicó la Policía Nacional en 2015 para establecer derechos y deberes para prevenir antes que tener que curar.
La identidad digital: coherencia. En internet somos lo que publicamos; las fotos que cuelgo, los “me gusta”, mis opiniones, lo que busco y lo que comparto. Lo que hacemos cuando estamos logueados deja huella. Y esa huella puede ser rastreada, por ejemplo, por una posible empresa empleadora. Para no lastrar nuestro futuro, no dar una imagen que no se corresponde con la realidad o que, sencillamente, no nos interesa, debemos de cuidar nuestra identidad digital. Hay quien tiene habilidad para construirse un personaje inventado en la red, para divertirse o para poner a prueba a los demás, pero, por norma general, lo más recomendable es la honestidad y la coherencia. Y también diferenciar entre entornos públicos y privados, profesionales y personales: de la misma manera que una conversación en WhatsApp no es lo mismo que tu perfil de Instagram o Twitter, Facebook no tiene nada que ver con Linkedin. Los adolescentes conviene que sean precavidos y se inicien manejándose con perfiles privados.
Combatir los falsos tópicos. Internet no es intrínsecamente bueno o malo; tampoco un ente gaseoso, naif y desideologizado, sino un canal potentísimo que lo construimos y modulamos entre todos cada día y que, precisamente en esa medida, será más o menos humano y democrático. Los videojuegos no son un pasatiempo de frikis, sino una industria que ya genera más negocio que el cine o la música. Los youtubers no son todos guay y graciosos; algunos son auténticos cafres. La música y las series no son gratis porque me las descargue sin pagar. Las fotos que aparecen en Google Images no las puedo utilizar para lo que me dé la gana. Y así un larguísimo etcétera.
Saber cuándo apagar el móvil: la buena educación. Según una investigación de la Universidad de Hokkaido(Japón), la mera presencia de un móvil puede distraer la atención en un encuentro entre personas para poder mantener una conversación. Seguramente por el potencial de interrupción que tienen debido al mal uso que, de forma inconsciente, todos hemos hecho alguna vez del mismo. No hay que fustigarse: hasta ahora hemos estado en párvulos en cuanto al uso de smartphones. Pero ha llegado el momento de interiorizar algunas pautas de comportamiento que sencillamente se basan en aplicar la buena educación: cuando entramos en un concierto, el teatro o el cine apagamos el móvil; cuando nos sentamos a comer o a cenar, aparcamos el móvil; cuando me pongo al volante no puedo estar escribiendo en el móvil… Solo un dato apabullante: el 43% de los jóvenes europeos confiesan que “whasapean” mientras conducen.
Contribuir a reducir la brecha digital. Después de que los mayores de 65 años hayan abrazado también internet a través de smartphones y tablets, las personas con menos recursos, y especialmente los niños, son las que siguen padeciendo la brecha digital. Y eso implica desigualdad de oportunidades en el aprovechamiento del entorno digital y barreras socioeconómicas que pueden llegar a ser insalvables. A falta de que los distintos gobiernos se lo tomen realmente en serio, más allá del equipamiento de las aulas, hay ONGs que trabajan para tratar de paliar esta situación con distintas iniciativas, como Ayuda en Acción con Mak3rs, un interesante proyecto de innovación educativa con base tecnológica.