Nos encontramos en las puertas de la llamada cuarta revolución industrial. Después de cada revolución nada ha sido igual y cada una ha venido para quedarse. Casi no existen máquinas de vapor; han sido sustituidas por motores cada vez más eficientes. Sigue vigente el resultado de haber inventado la electricidad. Tanto que sin ella no hubieran aparecido los robots que dieron pie a la tercera revolución industrial. La cuarta aún sin apenas haber comenzado ya es diferente. Es una hibridación en sentido amplio.
Por una parte aparecen los cobots, esos robots que prometen colaborar con el ser humano para ayudarle en su trabajo, lo que junto a la impresión 3D que permite personalizar las producciones, podría provocar una nueva des-deslocalización de las plantas de producción y hacer que vuelvan a sus lugares primigenios, readoptarlas y reabsorberlas a su entorno inicial y a las nuevas condiciones. Sin embargo y pese a ello, sigue existiendo el mismo miedo que en cada revolución industrial: la pérdida de empleo.
La digitalización de la empresa se considera la nueva revolución industrial. Y genera miedo porque la transformación digital trae una hibridación que cambia las reglas del juego, se trata de la hibridación del mundo físico y el virtual. La nueva revolución está en los nuevos puestos de trabajo que requieren de un sobreesfuerzo en la cualificación.
Fijémonos en la industria del automóvil. La robótica lleva 30 años en este sector. La revolución de esta industria es que el 40% del automóvil hoy en día es la electrónica. Todo lo que nos va a permitir la conectividad del automóvil hacia afuera y los servicios que ello nos va a dar: Tener nuestro coche personalizado, localización en caso de accidente, aparcamiento, incluso conducción autónoma. Esto implica un cambio en el modelo de negocio muy rápido que obliga a tener a los trabajadores cualificados o a cualificarlos rápidamente.
Por eso, ve con buenos ojos la automatización de procesos y actividades porque, subraya, “para empezar, no deberíamos estar haciéndolo nosotros”. Quizás que hagamos trabajos repetitivos sea todavía consecuencia de la primera revolución industrial. Tal vez ha llegado la hora de dar un salto.
Por tanto, la pregunta, más que “¿Qué hacemos con las personas en la transformación digital?”, podría ser “¿Cómo debería ser el trabajo humano?”. Cada vez son más las voces que hablan de inteligencia emocional y social, de curiosidad, creatividad… parece que los tiros van por ahí. El reto es la velocidad a la que se van a producir los cambios. En un ecosistema empresarial la formación en competencias digitales es cada vez más importante y las empresas precisan de profesionales que no encuentran en el mercado.
Mientras tanto, la Inteligencia artificial (IA) sigue avanzando. Dicen que Alexa, el asistente virtual de Amazon, ya es capaz de diseñar una estrategia. La cosa no ha hecho más que empezar. Es solo un ejemplo. Aunque también hay esperanzas, la IA puede ayudar a que decisiones “políticas” en el seno de la empresa como compensaciones, promociones, etc. puedan ser más objetivas y, por tanto, mejores para la empresa y el trabajador. Un sistema de IA podría determinar si un grupo de trabajadores tiene que ser evaluado, dirigido y retribuido de manera diferente, aunque al final lo acertado de la decisión dependerá de los datos con los que trabaja.
En este contexto tenemos que diseñar un camino para quienes van a ver transformado su trabajo y se van a quedar fuera del sistema. Uno de los peligros lo declara Andrew McAfee, codirector de la Iniciativa sobre la Economía Digital del MIT: “Dejar a gente atrás mientras avanza la tecnología abre la puerta a populistas y demagogos”. Por tanto debemos asumir la necesidad de cuidar a la gente que se está quedando atrás.