El concepto de smart city está siendo tan manido que corremos el riesgo de no ser conscientes de lo que nos está proponiendo o del porqué. Y, sobre todo, de perder la perspectiva de quién es el sujeto principal de lo que está pasando: las personas y su medio de vida.
Tal vez estamos asistiendo a la reacción de la propia ciudad para abordar el reto de no colapsarse ante la complejidad de la vida urbana (según Naciones Unidas en 2050 casi el 80% de la población mundial, para entonces unos 9.000 millones de personas, vivirá en grandes ciudades), o una ilusión para velar así los síntomas de disfunción que se están manifestando, como afirma el profesor Antonio Rodríguez de las Heras, para quien “la gran ciudad es la manifestación más contundente de ese espacio que mueve de un lado para otro a los habitantes”.
Sea reacción o ilusión, estamos avanzando hacia la ciudad inteligente para la que no existe una definición única con la que entenderla, y tal vez porque es necesaria una implantación tecnológica importante, en el imaginario colectivo tendemos a asociar esos dos conceptos: tecnología e inteligencia, asimilando la ciudad inteligente a la “ciudad tecnológica.”
Pero la ciudad inteligente va de estrategia, principalmente de los gestores urbanos (públicos) pero también del sector privado y de los propios habitantes. En definitiva, a todos los grupos de interés que deben desarrollar una economía en red que los involucre conjuntamente en el proyecto singular para cada ciudad.
Una de las oportunidades clave ante el reto Smart city, como ya apuntaba de las Heras y también Neus Baucells, y Rosa M. Arce Ruiz en la comunicación presentada al III Congreso Ciudades Inteligentes, se encuentra en el “área de movilidad, transporte y gestión del tráfico, tanto por su relevancia como por la variedad de tecnologías para mejorar la movilidad sostenible en las ciudades españolas”. Áreas en las que Cuatroochenta tiene sobrada experiencia en proyectos consolidados como Metro Málaga, EMT Valencia, Moviltik, Bus Vectalia o Bicicas entre otros.
La consultora Deloitte, por su parte, califica a las smart city como fuerzas del cambio e introduce el concepto de ciudadano co-creador. Las ciudades inteligentes del futuro estarán más conectadas, estarán en red y serán más colaborativas afirman. Lo que sin duda nos conduce a otro concepto, el de innovación responsable, en el que también ha querido ahondar Cuatroochenta, que desde 2017 realiza sus Charlas #EnModoAvión como canal para la reflexión sobre el impacto que tiene la tecnología que desarrollamos en la sociedad para promover su uso inteligente y que, asimismo, ha participado en un plan europeo de innovación responsable (RRI) impulsado por la Universitat Jaume I.
En esa dirección igualmente apuntan iniciativas como MediaLab Prado, “un laboratorio ciudadano que funciona como lugar de encuentro para la producción de proyectos culturales abiertos. Cualquier persona puede hacer propuestas o sumarse a otras y llevarlas a cabo de manera colaborativa”.
Otras iniciativas como Hackathon Castellón sirven para fomentar la resolución colectiva de retos, o como el Internet Freedom Festival en Valencia, en el que se pone el acento en la necesidad de preservar la privacidad y los derechos de los ciudadanos, ya que si para la transformación de las ciudades es necesaria una monitorización constante, esto modifica sin duda los aspectos anteriormente citados de privacidad y derechos.
La anonimización de esos datos y su puesta a disposición de los ciudadanos (datos en abierto), sin embargo, puede constituir a su vez una oportunidad para seguir avanzando hacia la smart city.
Andrés Ortega Klein, en un interesante artículo titulado Gobernanza digital: ¿hacia una nueva utopía? afirma que “Está naciendo una ciudadanía digital. Y si la ciudadanía, como la definió Hannah Arendt, es “el derecho a tener derechos”, este paso implica la necesidad de desarrollar derechos digitales, frente a los poderes públicos y privados, que han de proteger los primeros. Y de defender una idea del ciudadano, que no se limite a la de mero consumidor, o usuario, de servicios digitales u otros. Debe cubrir el derecho a la protección de sus derechos, desde la seguridad a la intimidad e incluso eso que se llama el derecho al olvido”.
Sin duda uno de los planteamientos más potentes para entender qué es eso de la smart city lo hemos dejado para el final y es el que desde hace 5 años está llevando a cabo la IESE Business School de la Universidad de Navarra, con la creación del Índice Cities in Motion (ICIM).
Fuente: Índice IESE Cities in Motion
Como indican sus directores Joan Enric Ricard y Pascual Berrone, este índice es una excelente herramienta para radiografiar “las fortalezas y debilidades de una ciudad y para identificar otras ciudades que puedan servir de benchmark para iniciar el cambio necesario” comparando 4 factores principales: ecosistema sostenible, actividades innovadoras, igualdad entre ciudadanos y territorio conectado y 9 dimensiones clave (gobernanza, planificación urbana, tecnología, medioambiente, proyección internacional, cohesión social, capital humano, movilidad y transporte, y economía) con 83 indicadores para un total de 165 ciudades.
Así, nos hacemos una idea de la complejidad de transformar una ciudad digitalmente para convertirla en inteligente, y entendemos como apuntábamos al comienzo que efectivamente es un tema de estrategias, que implican la toma de decisiones en múltiples campos.
En la web oficial del IESE sobre el Índice Cities in Motion (ICIM) pueden consultarse los datos de cada una de las ciudades que forman el estudio de forma interactiva y comparar al mismo tiempo dos ciudades. Así lo hemos hecho en la imagen siguiente entre Madrid y Barcelona que son las dos ciudades mejor posicionadas de España.